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Injerencismo de la OTAN y su sombra sobre Colombia

Actualizado: 14 dic 2023

Por: Susana Gómez


Los medios de manipulación masiva no sólo nos dicen qué y cómo pensar, además operan en nuestro subsconciente afectivo cada vez con más fuerza y habilidad. Ellos deciden por nosotros qué muertos merecen nuestras lágrimas y nuestra rabia y qué otros muertos sólo merecen balas y silencio. Y llegamos a ser tan manipulables, que hasta aplaudimos aquellos bombardeos que ellos califican de “humanitarios”, y justificamos aquellas invasiones que son llevadas a cabo por los “buenos” en nombre de la “libertad”, una libertad que invariablemente se reduce a la apropiación de lo que invaden.


No importa demasiado que, por esas curiosidades de la historia, los “buenos” casi siempre resultan ser los responsables directos del 90% de las muertes, ni que sean los instigadores y perpetradores de la mayoría de las guerras, de la mayoría de las invasiones y de la mayoría de las dictaduras. Al fin y al cabo, hemos sido adoctrinados desde pequeñitos por sus películas, para aplaudir al “bueno”, que era el que aniquilaba al resto.


Obviamente estas reflexiones vienen a cuenta de la actual guerra en Ucrania, porque es realmente complicado hacer un análisis con perspectiva de clase, después de tantas horas de bombardeo mediático.


Los medios nos presentan una guerra totalmente asimétrica, en la que Rusia, una potencia militar, invade Ucrania, un país con relativa desventaja militar. De esta forma, sólo nos muestran a una de las potencias imperialistas, encubriendo a la otra, y sobretodo ocultando que, el desencadenante inmediato del actual conflicto fue la amenaza de incorporar Ucrania a la OTAN, es decir al bloque militar imperialista liderado por EEUU.


Este bloque imperialista no sólo ha ido expandiéndose, tragándose a casi toda Europa Oriental, sino que ha ido colocando armas nucleares de alcance intermedio en todos esos países. Y si a esta expansión bélica, le añadimos la suspensión del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, abandonado unilateralmente por Trump en 2019, entonces ya se ve un poco más claro que el conflicto actual tiene dos partes directamente responsables, y no una sola.


Así, cuando comprendemos que la guerra en Ucrania es parte de una pugna interimperialista que busca asegurar esferas de influencia económica y militar, y defender los intereses de los capitales nacionales respectivos, también advertimos que ninguno de los dos bandos representan los intereses de los trabajadores, ni siquiera de los de sus países. En Rusia, en Ucrania, en EEUU y en la UE lo que vemos son Estados cada vez más derechistas, ultranacionalistas y guerreristas, cuyos gobiernos recortan los derechos sociales, económicos y políticos de sus pueblos, y sólo defienden los intereses de las corporaciones capitalistas.


Por tanto, aunque para entender lo que está pasando es clave ubicar los intereses políticos y económicos dentro del reacomodo hegemónico de los distintos bloques y sub-bloques regionales del capital, más importante es recordar que detrás de todo conflicto interimperialista está, de forma latente y agudizada, la guerra del capital contra el trabajo. Esta agudización de las crisis del capital no sólo deriva en disputas bélicas intercapitalistas, sino también en una intensificación de la confrontación directa contra el proletariado.


Visto así, volvemos a la pregunta, no por clásica menos urgente, de: ¿qué hacer? Es decir, qué posición debería tener el proletariado -tanto a nivel internacional como en cada unos de sus países- frente a las disputas intercapitalistas y a la ofensiva del capital contra los trabajadores.


Esta reflexión es doblemente importante es países como Colombia, no sólo porque las consecuencias de estas disputas vayan a caer sobre los hombros de una población muy empobrecida, - a la que le espera mayor inflación, más recortes sociales, más desempleo y mayor caída de los salarios reales,- ni porque a nivel político las disputas nacionalistas siempre sirvan para exaltar a los grupos de extrema derecha y puedan servir de excusa para atizar conflictos regionales, sino porque Colombia es el único país latinoamericano que es socio global de la OTAN. O sea, es parte activa del aparato militar del imperialismo occidental y de sus capitales trasnacionales, es decir pertenece a un bando de la guerra.


Al país se le incorpora formalmente a la OTAN justo antes de la elección presidencial de 2018, y se hace de manera simultánea con la entrada a la OCDE, como si las burguesías occidentales en contubernio con la burguesía nacional hubieran decidido que, por si acaso, era mejor colocar no una, sino dos cadenas: la del imperialismo y la del neoliberalismo.


También ahora vemos cómo, antes de una nueva elección presidencial, se vuelve a apretar la correa imperialista. El diciembre pasado se firmó en Bruselas un nuevo marco de cooperación con la OTAN, al que accede Colombia antes que los otros socios. Una asociación “a medida”, dice la OTAN, que marca una cooperación más estrecha en áreas como interoperabilidad, capacitación, seguridad marítima, desinformación, comunicaciones estratégicas y amenazas cibernéticas [1]. Así Colombia aunque no es miembro- sólo pueden ser miembros los países europeos, EEUU y Canadá- es un socio con cada vez mayores compromisos, y en esa tesitura se llevan a cabo, durante marzo, ejercicios militares con los ejércitos de EEUU y Francia, que incorporan por primera vez un submarino nuclear [2]. Por último, y para poner la fresa al pastel, el día 10 de marzo se anunció que Colombia será Aliada Principal extra-Otán de EEUU.


Tanto el gobierno, como las élites económicas y militares de EEUU, se apresuran a firmar este tipo de acuerdos antes de posibles cambios de gobiernos, porque saben, sobre todo en materia militar, que una vez metidos en la trampa es muy difícil salir de ella. El ejemplo más diciente es el de Cuba, que 63 años después del triunfo de la revolución, aún no ha podido sacar la base militar de Guantánamo, a pesar de que el Tratado de arriendo perpetuo fue claramente fruto de la coacción militar.


Por todas estas encerronas, sería de esperar que aquellos sectores que se autodefinen de izquierdas, o centro-izquierdas, o progresistas, o que defiendan la soberanía nacional y los intereses de los trabajadores colombianos, tengan como una reivindicación importante la salida inmediata de la OTAN, o cuando menos un compromiso político para realizar un referéndum o consulta, en el que el pueblo colombiano se manifieste sobre su pertenencia o su salida.


Esa consulta es muy importante tomando en cuenta la injerencia que la OTAN ha tenido en las políticas internas de los países miembros, aspecto que se suele analizar menos que sus repercusiones regionales.


Valga recordar que la OTAN es una alianza militar que suscriben en 1949 las burguesías de una serie de países europeos, junto a EEUU y Canadá, para frenar el avance socialista en el mundo, y principalmente en Europa. Su fin no fue, como se vendió, una alianza para defender a sus países miembros de posibles agresiones militares de otros países, sino para salvaguardar el proyecto político y económico de las burguesías occidentales. De hecho en 1954, la Unión Soviética propuso su unión a la OTAN para garantizar realmente la paz en Europa, y por supuesto fue rechazada; después de ese rechazo conformarían el Pacto de Varsovia.


Pero volvamos a la OTAN. Esta nunca fue una alianza para garantizar la paz sino para garantizar el capitalismo. Esto queda patente en el funcionamiento de una red de ejércitos clandestinos operados por los servicios especiales de la OTAN en todos los países europeos, al menos durante cuatro décadas. Estas estructuras usaban la excusa de prepararse ante una hipotética ocupación enemiga, pero en realidad luchaban contra cualquier posible deslizamiento del poder hacia la izquierda, y lo hacían a través de espionaje, ingerencia en los gobiernos, desestabilización, golpes de Estado y terrorismo.


Las denominadas redes Stay-Behind, también conocidas como la Red Gladio [3], habían comenzado a planificarse desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando los servicios secretos americano y británico reclutaron a agentes nazis, fascistas y de otros espectros de la extrema derecha, para una futura guerra contra el comunismo. Sin embargo, fue dentro de la OTAN donde adquirieron una estructura supranacional a través del Comité Clandestino de Planificación-CPC, más tarde renombrado como Comité Aliado de Coordinación-ACC, que operaba en el seno del Cuartel General Supremo de las Potencias Aliadas en Europa -SHAPE.


Esta red stay-behind ya había aparecido en distintos informes de investigaciones parlamentarias en EEUU, a finales de los setenta, y la prensa europea llevaba décadas denunciando la vinculación de los grupos de extrema derecha con los servicios secretos de la OTAN. A pesar de esto, el escándalo sólo saltó a nivel mundial en 1990 cuando el primer ministro italiano Giulio Andreotti, presionado por una investigación judicial, reconoció la existencia de una red clandestina dirigida por la OTAN, que no sólo operaba en Italia, sino en todos los países miembros de esta organización.


En Italia, en concreto, la Red Gladio fue responsable de atentados terroristas, de los que se acusaron a los comunistas, y que cobraron cerca de 500 muertos. Para comparar, en esa época, las acciones del grupo de extrema izquierda Brigadas Rojas- que tenían como blanco representantes del «aparato del Estado», como empresarios, banqueros, generales y ministros- produjeron 75 asesinatos, sin embargo la prensa y las autoridades les achacaron buena parte de los atentados perpetrados por la Red Gladio. Esa política de “desestabilizar para estabilizar” era parte de lo que se llamó “la estrategia de la tensión” y pretendía crear un clima de violencia para estimular las tendencias socio-políticas conservadoras y reaccionarias, y a la vez frenar el avance electoral de la izquierda, perpetrando atentados de bandera falsa, según explicó públicamente el juez italiano que destapó la Red Gladio [4].


La revelación de Andreotti se produjo a sólo un día de la invasión de Kuwait por Sadam Husein, con lo que su difusión mediática quedó totalmente eclipsada por la crisis del Golfo. A pesar de ello, el escándalo del Gladio salpicó a todos los gobiernos europeos, por lo que tuvo que llevarse a debate al Parlamento Europeo el 22 de noviembre de 1990.


La resolución del Parlamento Europeo [5] reconoció “la existencia desde hace cuarenta años de una estructura paralela de inteligencia y de acción militar clandestina que ha escapado de todo control democrático y opera al margen de toda legalidad, habida cuenta de que no puede ejercerse control parlamentario alguno en ella; que ha sido dirigida por los servicios secretos de los Estados afectados, en conexión con la OTAN; que ha podido intervenir ilegalmente en la vida política interna de los Estados miembros; que en algunos de ellos se ha visto envuelta en graves actos de terrorismo y de criminalidad; y que cuenta con arsenales y estructuras militares autónomas que amenazan las estructuras democráticas”.


En base a ello el Parlamento Europeo condenó la organización y actuación de esta estructura, exigió a los Gobiernos el desmantelamiento de todas las redes militares y paramilitares clandestinas y pidió que se investigaran en cada país- a través del poder judicial y de comisiones parlamentarias de investigación- su estructura, sus vínculos con los respectivos servicios de seguridad estatales, y su utilización para intervenir ilegalmente en la vida política interna de los países afectados, especialmente en la desestabilización de las estructuras democráticas y en el fenómeno terrorista europeo. Además solicitó al Consejo de Seguridad que proporcionara una completa información acerca del funcionamiento de estos servicios secretos. Por último manifestó enérgicamente su protesta contra el hecho, de que determinados ámbitos militares estadounidenses del SHAPE y de la OTAN se hubiesen arrogado el derecho a impulsar la creación en Europa de una estructura clandestina de información y de actuación. A este fin, terminaba ordenando transmitir esa resolución a la Comisión del Consejo de Europa, al secretario general de la OTAN, a los gobiernos de los Estados miembros y al gobierno de los EEUU.


La pregunta que emerge inmediatamente es: si durante cuarenta años los servicios secretos de la OTAN – controlados por EEUU- pudieron manipular las políticas internas de los países europeos, sin control, ni conocimiento de su población, ni de sus respectivos Parlamentos, ¿qué puede esperarse del injerencismo de la OTAN en países como Colombia a los que EEUU considera su patio trasero?


Y claro, es cierto que en Latinoamérica también desde mediados del siglo pasado se habían promovido, al amparo de la doctrina Truman y desde la Escuela de las América, redes de tipo stay-behind bastante menos secretas que las que operaron en Europa. La doctrina Truman se resumía en que todo vale con tal de que la izquierda no llegue al poder, y en ese todo entraron golpes de estado, dictaduras, invasiones, genocidios, torturas, asesinatos, atentados terroristas y desapariciones.


Sin embargo, los acuerdos firmados durante los últimos años -y los últimos meses y días-, hipotecan cada vez más la soberanía nacional, la democracia, la posibilidad de futuros emancipadores y, sobre todo, el internacionalismo proletario. Por esta razón, y en medio de posibles escaladas militaristas y bélicas a escala internacional, parece cada vez más necesario que el pueblo se manifieste contra todos esos tratados que se firman a sus espaldas e insista en la necesidad de un referéndum o consulta, donde pueda pronunciarse y decidir sobre ellos.


 

2. Ibid

3. Ganser Daniele. Los ejércitos secretos de la OTAN , 2005. https://www.archivochile.com/carril_c/cc2012/cc2012-065.pdf

4. Ibid

5. Diario Oficial de las Comunidades Europeas N° C 324/186 24. 12. 90. https://eur-lex.europa.eu/legal-content/ES/TXT/PDF/?uri=OJ:JOC_1990_324_R_0186_01&from=ES

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